miércoles, 30 de noviembre de 2011

El videoclub

Por decisión popular, de los usuarios, no de los profesionales, se ha decidido cambiar el nombre a la Biblioteca. A partir del próximo viernes, y sólo los viernes, la Biblioteca pasará a denominarse "Videoclub Público Municipal".
La estadística refrenda, además, esta decisión. Y como establecen las reglas del marketing en lo referente a la fidelización del cliente, junto con las dos películas permitidas según el reglamento, regalaremos kilo y medio de palomitas y una coca-cola de dos litros.
Planazo para el viernes. Qué no?

jueves, 10 de noviembre de 2011

Decálogo de atención pública en Bibliotecas

La atención al público en bibliotecas es uno de los servicios principales que, sin embargo, entraña graves dificultades en su ejecución. El siguiente decálogo pretende facilitar esta ardua tarea.

  1. Los usuarios mayores son más lentos que los demás: Los usuarios mayores de las bibliotecas que en el fondo sólo son personas de avanzada edad, tienen una capacidad de respuesta ante un estímulo varias veces inferior a la de una persona (o usuario) de edad media. La situación es análoga a los usuarios infantiles, es decir, niños. Se han dado casos de indicarle el número de ordenador a un señor un sábado por la mañana y encontrarse al señor en otro ordenador distinto el lunes por la mañana a las ocho. Es necesario repetirle varias veces (la media es de cien) la instrucción correcta y si fuese necesario acompañarlos hasta el ordenador o sección correspondiente so pena de que acaben sus días frente al mostrador de préstamo.
  2. La CDU es de todo menos “universal”: La Clasificación Decimal Universal o, como se la conoce en el puntero mundo de las taxonomías, la cedeú, no es tan universal como su propio nombre pretende. Ni siquiera es conocida por todos los bibliotecarios. Es más, es un arcano indescifrable para casi todos y obedece a una lógica que escapa a la más pura razón humana ¿Por qué la Astrología, la Autoayuda y la Filosofía y la Psicología están dentro de una misma clase? ¿Por qué pasó la Informática del 821 al 004? Y lo que es más misterioso ¿Por qué no existe el 4? ¿Es que esperamos que los habitantes de remotas galaxias lo ocupen con una ciencia ignota? Además, si probamos a sustituir, como experimento de científico loco, por códigos de la CDU nuestro discurso saldrían cosas como “¿Qué 641 vas a preparar esta noche?” “Nada, esta noche estoy a 613.2 porque me voy a hacer 796 para ver si pierdo algo de peso. Es por pura 613”. Discurso sólo comprensible por R2D2 y C3PO.
  3. Para algunos usuarios, los términos informáticos son sánscrito puro: Para el común de lo mortales, palabras como ratón (maus, para los que han estudiado en el MIT de Matalascañas), url, download, dns, ip, etc, no tienen una correspondencia en el mundo real (ni virtual). Es como intentar descifrar qué dice un alemán mientras se come un polvorón de La Estepeña. Imposible. Por ello es necesario evitar frases como “pruebe a modificar las dns o la configuración del proxy” sobre todo si es un señor mayor y no queremos que se quede varios días en la misma posición intentando adivinar qué le hemos dicho. Aunque resulte muy penoso para nuestros maltrechos meniscos, es mejor levantarse y configurarle el portátil. Evitaremos conversaciones absurdas y presencias repetitivas del usuario frente a nosotros.
  4. La informática genera adicción: Es un hecho. El acceso a Internet es más adictivo que la cocaína, la marihuana y el hachís juntos. Es darle el ratón a una persona que nunca haya tenido contacto con la informática y ¡zas! ya está enganchada para el resto de su vida. Y como cualquier adicción genera síndrome de abstinencia. Se puede saber la capacidad del ancho de banda de los ordenadores de una biblioteca por el tembleque de piernas de los usuarios. Tened en cuenta esta adicción y pensad en los estragos que hizo el caballo en los ochenta y en su relación con la delincuencia. No llevéis la contraria a nadie con el mono de Internet.
  5. Algunos usuarios confunden el mostrador de préstamo con la barra del bar: Entre las miles y miles de funciones que tenemos los bibliotecarios (su enumeración da para varios volúmenes de la Británica) está la de asesor emocional o psicólogo residual. Muchos usuarios se acercan al mostrador y, a la vez que te dan dos novelas para que se las prestes, te explican por qué han elegido esas dos novelas y cómo ha cambiado su vida desde que a los trece años tuvo que irse de su pueblo a vivir con su tío a la capital porque sus padres habían tenido que emigrar a Alemania para poder hacer frente a la casa que se habían comprado y cuyas letras les asfixiaban. Que visto así, uno no sabe si al que ha atendido es al señor Manuel, de Móstoles o a un guionista de “Amar en tiempos revueltos”. Hay que armarse de paciencia y evitar las recetas de Prozac. También se puede salir del paso diciendo eso tan socorrido de “Perdone pero creo que acaban de ocupar el 4 de la CDU” y salir por piernas.
  6. No es necesario hablar más alto, sino explicarse mejor: No sé por qué cuando alguien no nos entiende tendemos a hablarle más alto como si fuese sordo. Si esto fuese realmente efectivo, habría gente que hablaría hasta telugu de tanto como grita pero no es así. No funciona. En vez de esto deberíamos hacernos entender aunque fuese por el lenguaje de los signos o en plan Tarzán de los Monos. Evitaríamos así que se diesen por enterado todos los usuarios presentes en la biblioteca excepto el receptor de la respuesta.
  7. Los usuarios infantiles son incapaces de bajar el volumen de su voz: Probad a hacer esto: entrad con un niño en una habitación donde alguien duerme la siesta y decidle que debe hablar bajito. No hay remedio, se acabó la siesta. Pues eso, tenedlo siempre presente. Es del todo imposible que un niño pueda hablar susurrando. Estudios científicos han demostrado que los niños empiezan a poder bajar el tono de su voz cuando cambian ésta en la pubertad. Y a veces ni así porque hay gente que se ahorraría una pasta en móvil: sólo tendría que poner las manos huecas y le oirían en Andorra. Abandonad los chisteos en la Sala Infantil. Relajaos y dejad que vuelen libremente las ondas sonoras. Vuestra salud os lo agradecerá. O poneros tapones.
  8. Los usuarios mayores se tiran a por los periódicos como a por los platos de paella en las fiestas populares: Es también un hecho probado que la voracidad en el uso o consumo de un bien o servicio es inversamente proporcional a su precio o valor de contraprestación. Vamos que lo gratis se peta. En algunas bibliotecas se han dado casos de bibliotecarios aplastados por la marabunta de abueletes y no tan abueletes en busca del Marca, el ABC o El País por lo que han tenido que recurrir a recortadores profesionales para dejar la prensa en las estanterías o sobre las mesas de la hemeroteca. Tened en cuenta que lo mejor es soltar y desaparecer.
  9. Los usuarios no quieren quejarse, quieren desahogarse: Cualquier procedimiento de quejas está condenado al fracaso. Ni formularios on line ni líneas 900 ni que le invite a café el Defensor del Pueblo, los usuarios no quieren quejarse, quieren desahogarse y como los estadios de fútbol sólo los abren los domingos y algunos sábados, entre semana tienen la biblioteca y a los bibliotecarios en vez de a la madre del árbitro de turno. No lo intentéis. No les deis hojas de reclamaciones, dadles (en este caso sí) Prozac.
  10. Los usuarios no saben esperar: Podrán esperar colas interminables para tirarse del Magnus Colosus o de las Pistas Blandas; podrán esperar horas para sacar una entrada para ver al Barça o al Madrid (y luego que pierda contra el Alcorcón); podrán esperar sin desesperar en la cola del Media Markt el día sinIVA pero es llegar a la biblioteca y es como si un Freddy Mercury resurrecto les cantase a grito “pelao” al oído “I want it all, and I want it now”. Se incursionan por cualquier flanco del mostrador, te lanzan los DNI como si cantasen las 20 en bastos, te hablan aunque estés en otra conversación, se pelean entre ellos, en fin, no pueden esperar. Sufren de incontinencia bibliotecaria y eso es grave, sobre todo si se añade al síndrome de abstinencia de Internet.