jueves, 28 de agosto de 2008

Las NTC en las bibliotecas públicas

Dicen que el verdadero valor de Internet es su capacidad democratizadora (sic) y que las Nuevas Tecnologías han creado un espacio de libertad sin igual en la historia de la humanidad. Bueno, yo no sé si eso es así pues democratizar no es que democratice mucho la Red sobre todo por las diferencias tecnológicas que hay no sólo entre Gambia y Bélgica, pongo por caso, sino también entre Casar de Palomero y Oviedo, también pongo por caso. Tampoco democratiza mucho el acceso a Internet el hecho de que el precio de conexión no sea progresivo de acuerdo con el nivel de renta. Vale, ya sé que es una chorrada pero es que hay gente que no se puede permitir el lujo de tener una conexión de banda ancha a 70 € el mes con alta de línea gratis y otra gente sí y además con router wi-fi. Eso no es democratizar. Además existe una gran diferencia entre enseñarles a manejar la Nintendo DS a dos nanos de cinco años y crear carpetas en Windows XP a dos jubilados en un curso de formación dirigido a la tercera edad. Así que democracia no es que genere la red.

Por otro lado dicen que genera libertad al no estar sujeta la edición de contenidos a ningún límite o censura previa. Bueno, esto es verdad pero dudo de los beneficios de tan cacareado adelanto humanístico. Hay mucha basura en la Red.

Lo que sí tengo claro es que la popularidad de Internet y, sobre todo, de algunas de sus herramientas ha propiciado el que todos acudan a ella como antaño se hacía al Oráculo de Delphos en una especie de rito iniciático y esto genera situaciones de desesperación e incluso de histeria colectiva cuando los resultados esperados no coinciden con los realmente logrados.

La mayoría de bibliotecas públicas se han subido al carro del acceso público y gratuito a la red con un carácter más de obligación que de servicio público. Es decir, las políticas bibliotecarias con respecto al acceso a Internet suelen limitarse a facilitar una serie de terminales con acceso ADSL y, en el mejor de los casos, con la posibilidad de utilizar un paquete de ofimática y servicio de impresión sin tener en cuenta las diferentes capacidades e intereses de los usuarios y ni tan siquiera con la mínima asistencia para posibilitar el uso potencial de la herramienta. Es como si las bibliotecas se pudieran quedar al margen de la capacidad lectora de sus usuarios sin fomentar la lectura o formar en el uso de los recursos de información. Tendríamos ubérrimos anaqueles de obras literarias que no utilizaría ni el Tato. Esta situación genera conflictos entre los usuarios y los profesionales bibliotecarios. Los primeros porque esperan poder aprovechar las excelencias que les han contado del correo electrónico, de las descargas gratuitas o de la comunicación a tiempo real de los canales de chat. Los segundos, porque agobiados por sus tareas cotidianas y su escasa formación en el uso de las NTC, no dan abasto para poder asistir a los desasistidos y desorientados usuarios.

De este modo se dan situaciones berlanguescas como la de aquel usuario que al no poder imprimir el documento que quería en la biblioteca preguntó muy decidido “¿Y hay algún ciberespacio por aquí cerca?” o la de la usuaria que tras preguntar en el mostrador sobre si podía hacer su currículo en un ordenador público y habérsele contestado afirmativamente, se encontró después con que no podía imprimirlo, ni grabarlo en disco y que la disquetera no funcionaba o la de los usuarios que, después de hacerles el registro en el sistema y enseñarles a utilizar la estación de reservas, te dicen que no han utilizado nunca Internet y que si tú les puedes enseñar. Y claro, no puedes.

En fin, no creo que sea suficiente poner ordenadores a disposición del público sin más pues no basta con ofrecer la herramienta, nuestra obligación, yo al menos así lo creo, es enseñar a emplearla para que los usuarios sean realmente autónomos. Y esa formación empieza por nosotros mismos. Lo demás será dotar a las bibliotecas de ubérrimas fuentes de desesperación.

No hay comentarios: